Prologo
No recuerdo mucho los años noventa, como tampoco recuerdo
mucho de todos los años de mi niñez aunque bien es cierto que siempre hay cosas
que no se olvida por muchos años que el tiempo nos separe de ellas. Las
sonrisas, y sobre todo las lágrimas, son
hechos incuestionables que marcan el pasar de los humanos en esta vida, y les
forman para futuras vivencias. En mi caso, el ingreso en el Ejercito
Profesional es una de las primeras experiencias vitales de mi vida, por el
aprendizaje sobre la misma que en dicha institución recibí. Sonrisas, alguna lágrima,
el compañerismo, la amistad y por supuesto, las traiciones.
La vida en el Ejército, como supondrán, es bastante simple y
monótona, lo que después de tres años, se convierten en incluso una pesadez,
había oficiales en el cuartel que lo tenían como su propio cortijo donde se
hacia y deshacía a su gusto sin ningún tipo de sentimiento o vergüenza por
parte de estos. Cualquier cosa que diera dinero, -negro, es de suponer- era
competencia suya y ahí metían el hocico: nos amenazaban con hacer pagar el
uniforme si sufría algún desperfecto por nuestra parte cuando, según la
normativa, era el propio Ejercito Español quien debía restituir – sin coste
alguno para el recluta como es lógico – la vestimenta dañada. También hacían
negocios con la comida, esto es que; aunque en el menú pusiera que había pizzas
de segundo plato para cenar, nos servían un ¿delicioso? San Jacobo el cual
llegaba hasta nuestras mesas (muchas mas veces de lo habitual) por los
contratos que firmaban esos mismos oficiales con los distribuidores de la
alimentación que, como también es lógico, sobornaban a los militares para
obtener esas jugosas ventas.
Hacer y decir siempre lo mismo durante ese trienio despertó
en mi una sensación inequívoca: hacer cosas que antes no había hecho o que,
debido a mi situación de militar, me habían prohibido. En los últimos meses de
convivencia en el Ejercito Español, mi cabeza solo podía pensar en poder
disfrutar de todo aquello que no había podido hacer durante esos tres años, por
lo que, cumplido el contrato, abandone la institución Militar para poder gozar
de mi propia vida, esa que tanto ansiaba encontrar y para lo que me valdrían,
sin duda alguna, las experiencias que había vivido dentro de Ejercito. No sabía
que me iba a enfrentar a la prueba mas dura que hasta el momento he vivido, la
cual resumiré en las siguientes actualizaciones de mi blog y en la que
entenderéis la maldad cristiana: esa doctrina que se antepone a todo que impida
a la iglesia o sus integrantes conseguir aquello que se proponen. Método, por
cierto, que han utilizado hasta la saciedad durante mil setecientos años.
Capitulo
1º: el principio de nuestra pesadilla
Debo recordar que esta historia es el relato de un sinfín de
abusos, amenazas y coacciones hacia mi persona, y sobre todo hacia mi hija
gloria por parte de una organización cristiana-mafiosa como son los
Neocatecumenales de Murcia. No teniendo ni idea de quienes eran, de lo que
hacían y mucho menos de los contactos que podían llegar a tener en ente “mundo
cruel” , como ellos mismos lo definen (tal vez por ello sus contactos y
procederes pseudomafiosos...) . Empecemos por el principio, como siempre en
estos casos.
Estando un día en el jardín, donde nos reuníamos siempre los
colegas a comentar lo pasado por nuestros barrios, bajo la amiga de una
integración del grupo a echar un rato con nosotros
Tímida como ella sola, media todas sus palabras y gestos
como si de un cinturón de castidad controlase cada uno de sus movimientos, lo
que me resulto muy peculiar, (incluso al escuchar palabras mal sonantes se
ruborizaba). Mas tarde, me entere que Maria – como se llama nuestra
“co-protagonista” pertenecía a una familia ultra católica y conservadora, la
cual educó a la joven con métodos autoritarios y maneras imperativas desde su
mas tierna infancia.
Viéndonos y charlando con nosotros, la pobre Maria veía una
salida al atolladero que era su vida por culpa de sus mismos progenitores y de
la educación que había recibido de ellos.
EL GRAN PROBLEMA:
Poco a poco, fuimos entablando una cordial relación que
llevo a que me enamorase de ella, algo común entre la personas de todo el mundo
y condición, pero lo que yo no sabia, muy a mi pesar, era el impedimento de
dicha relación suponía para Maria, y por
consiguiente, para su familia, y digo esto por que mi ex-mujer estaba
condicionada en lo mas intimo de su ser por aquellos que la habían dado la
vida, al haber concertado el matrimonio de su propia hija con el retoño de una
de las familias mas influyentes de Murcia, miembro también, a la prole a la que
pertenecía Maria, de los neocatecumenales.
Cuando termine mi contrato con el Ejército, mis viajes por
España fueron algo común, viviendo en sitios como Madrid o la alicantina
torrevieja y en donde conocí esa vida que tanto ansiaba cuando estaba
acuartelado. Maria venia de vez en cuando, y cuando no, hablábamos por teléfono
por teléfono para saber el uno del otro. Como es lógico, ni su familia ni nadie
allegado a ellos debía saber de nuestra relación encubierta, ya que Maria les
mentía diciendo que iba a ver a su prometido y no a mí. El tiempo siguió
pasando, y cada día que pasaba, mi convicción de querer estar con ella era mas
y mas fuerte. Además, llegue a la conclusión de que ya era hora de volver a mi
tierra, Murcia, establecerme en un piso y poder tener un rincón de donde poder
disfrutar de mi dulce novia secreta, a la que adoraba, Ahora, con el paso del
tiempo, sé reconocer la inexperiencia que por aquel entonces rondaba mi cabeza
en cuanto a los temas mundanos del amor: su familia, una vez que conocieron su
romance, no dudaron ni un segundo en intentar romper la relación. Motivos
económicos requerían tal supuesta futura acción, que por aquel entonces ni me imaginé. Para
que ustedes me entiendan y por poner un símil;
Me encontraba en una vía de tren, la cual no sabia que era
por mas que miraba los raíles de acero y, para mas INRI, el tranvía se dirigía
raudo y con paso firme hacia mi persona.